Desvanecida la esperanza de una curación, el paciente con cáncer inicia un fuerte período, indefinido en el tiempo, cuyo trayecto estará permanentemente marcado por el dolor que genera el tumor en su cuerpo. La temida “fase terminal” no tiene por qué hacer traumático este transitar natural hacia la muerte, ya que existe una alternativa que le proporciona calidad de vida y una repercusión menos destructiva e intolerante a su existir y al de quienes conforman su entorno familiar: la medicina paliativa.
“El dolor es una experiencia emocional y sensorial asociada a una lesión existente o potencial. Esta definición es la más aceptada en el mundo, porque integra la dimensión afectivo-emocional y la sensorial-sensitiva del afectado”, define el anestesiólogo Sharif Kanahan citando el concepto elaborado en 1994 por el Comité de Taxonomía de la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor.
El especialista indica que existen tres tipos de dolor. El nocirreceptivo, que se origina cuando la lesión sufrida libera en la zona afectada nocirreceptores que generan una inflamación y una dolencia sectorizada; el neuropático, que es cuando el anterior envía constantemente los receptores a través de la médula espinal hacia el cerebro, afectando los nervios por los que viaja en ese trayecto; y por último el mixto, que es el que padece con mayor frecuencia el paciente con cáncer. Es decir, sufre dolor en el área donde tiene el tumor y en las vías de aferencia (de la periferia al centro).
“Incluso existen patologías donde no vemos el punto desde donde se transmite al cerebro y el paciente dice tener el dolor. Un ejemplo es el síndrome del miembro fantasma, que se observa cuando se amputa algún miembro y el paciente siente el dolor como si no lo hubiese perdido”, añade el anestesiólogo paliativista.
¿Paliativista? Sí, así se les identifica a los especialistas que ayudan a los pacientes terminales a tener unos últimos días menos dolorosos, y precisamente con ese término se califica también la fase de quienes no logran superar el período curativo. “El curativo es el primer lapso en el que el paciente tiene esperanza de eliminar el cáncer, se le realizan todos los tratamientos específicos y quirúrgicos, como nefrectomía y amputaciones, o tratamientos químicos como quimioterapia, radioterapia, braquiterapia u hormonoterapia, todo con la esperanza de sobrevivir, pero cuando eso no se logra viene la fase paliativa. El foco de importancia ahora es la calidad de la vida de ese ser humano”, detalla el experto en el área.
Todos para uno
Kanahan advierte que, además de la voluntad del paciente y la de su familia por enfrentar con entereza estos momentos, los cuidados paliativos serán exitosos cuando se cumpla con su esencia multidisciplinaria, dirigida a tratar al enfermo como un ser viviente desde varias aristas y considerando su muerte como un proceso natural.
La reticencia a la aceptación de la fase terminal ha devenido en los últimos 20 años a que los pacientes oncológicos padezcan los efectos nocivos de la ignorancia y sucumban ante una enfermedad ruinosa, gastándose hasta el último centavo en intervenciones quirúrgicas y tratamientos con la posibilidad de curarlos.
“En la actualidad hay una especialidad de la medicina interna enfocada en los cuidados paliativos, en la que se evalúa al paciente en su nutrición, estado físico, problemas respiratorios, cardíacos y renales, una visión integral que lo ayudará a sobrellevar la enfermedad”, dice Kanahan, convencido de que el logro del objetivo dependerá del nivel cultural, religioso y espiritual del enfermo y los suyos.
Concentrados todos en la meta, el anestesiólogo paliativista procederá a hacer el diagnóstico utilizando la “escalera analgésica”, diseñada en 1986 por la Organización Mundial de la Salud (OMS), que comprende tres peldaños en los que se clasifica al dolor en un primer escalón, de leve a moderado; en un segundo como fuerte, y de intenso en el último.
“Dependiendo de la evaluación, en una escala que va del 1 al 10 se medicarán analgésicos desinflamatorios no esteroideos, paracetamol o acetaminofen, a quienes estén en la fase inicial. En el segundo escalón aplicaremos opioides débiles (tramal o codeína) combinados con aines, mientras que en el más grave se administrarán opioides (morfina, oxicodona, metadona y petidina).
Kanahan recomienda que, según las condiciones del paciente y de la ubicación del tumor, los medicamentos deben ingerirse por vía oral el mayor tiempo posible. “La medicación debe hacerse por reloj y no a demanda, lo que significa que cada sustancia debe suministrarse justo al tiempo que finaliza su efecto, evitando que vuelva el dolor”, asegura el anestesiólogo, quien considera prioritario que cada caso sea tratado de manera individual y con la mayor atención médica y familiar, a fin de manejar efectivamente los efectos colaterales de los medicamentos, que van desde constipación o estreñimiento, retención urinaria, visión borrosa, somnolencia, sequedad en la boca, náuseas y hasta vómitos.
Vías diversas
La morfina es el medicamento de oro en el tratamiento de los pacientes. Kanahan descarta de plano que esta sustancia sea sinónimo de muerte y precisa que es lo más idóneo en estos casos. “Si puede ingerirla por vía oral se medica un consumo de 0.5 a 1 miligramo por kilogramo/peso en una primera fase. A un paciente de 60 kilogramos le tocarían 60 miligramos de morfina en 24 horas, en seis tomas cada cuatro horas”, ejemplifica.
Para evitar los efectos colaterales, la morfina se acompaña de coadyuvantes hasta que se adecua el tratamiento en función de la respuesta obtenida. “Aquí no estimamos tiempo, puede durar meses o años”, alerta. En caso de que el paciente no pueda tragar, la segunda opción es la vena, pero a través de ella sólo podrá inyectarse un tercio de la dosis oral. Si la morfina resulta insuficiente, se procede a la rotación de medicamentos, que consiste en sustituir los opioides.
Kanahan dice que actualmente hay inyectadoras electrónicas que suministran la sustancia durante el tiempo que se requiera interrumpidamente y de manera ambulatoria.
“Quien no tiene venas ni puede ingerir, pero tiene mucho dolor, entonces utilizamos la vía subcutánea, colocando una mariposa en el abdomen, por donde se le pasa el tratamiento. También puede tratarse el dolor por la tibia con infusores para hueso, o un catéter peridural si la lesión es de los miembros inferiores, que se coloca tunelizado por vía subcutánea hasta el área abdominal”, refiere el paliativista, destacando que existen diversas alternativas.
Reitera que la reacción del paciente ante este “terremoto” es lo que dará la pauta. “Hay quienes prefieren decir que no sienten dolor y aceptan acudir al médico cuando se hace insoportable. No se quejan no porque no lo sientan, sino para no preocupar a la familia. El apoyo emocional es vital”. Kanahan es partidario de revelarle al afectado que tiene cáncer, porque, independientemente del tiempo, su fuerza de voluntad determinará una mejor calidad de vida.
“El dolor es una experiencia emocional y sensorial asociada a una lesión existente o potencial. Esta definición es la más aceptada en el mundo, porque integra la dimensión afectivo-emocional y la sensorial-sensitiva del afectado”, define el anestesiólogo Sharif Kanahan citando el concepto elaborado en 1994 por el Comité de Taxonomía de la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor.
El especialista indica que existen tres tipos de dolor. El nocirreceptivo, que se origina cuando la lesión sufrida libera en la zona afectada nocirreceptores que generan una inflamación y una dolencia sectorizada; el neuropático, que es cuando el anterior envía constantemente los receptores a través de la médula espinal hacia el cerebro, afectando los nervios por los que viaja en ese trayecto; y por último el mixto, que es el que padece con mayor frecuencia el paciente con cáncer. Es decir, sufre dolor en el área donde tiene el tumor y en las vías de aferencia (de la periferia al centro).
“Incluso existen patologías donde no vemos el punto desde donde se transmite al cerebro y el paciente dice tener el dolor. Un ejemplo es el síndrome del miembro fantasma, que se observa cuando se amputa algún miembro y el paciente siente el dolor como si no lo hubiese perdido”, añade el anestesiólogo paliativista.
¿Paliativista? Sí, así se les identifica a los especialistas que ayudan a los pacientes terminales a tener unos últimos días menos dolorosos, y precisamente con ese término se califica también la fase de quienes no logran superar el período curativo. “El curativo es el primer lapso en el que el paciente tiene esperanza de eliminar el cáncer, se le realizan todos los tratamientos específicos y quirúrgicos, como nefrectomía y amputaciones, o tratamientos químicos como quimioterapia, radioterapia, braquiterapia u hormonoterapia, todo con la esperanza de sobrevivir, pero cuando eso no se logra viene la fase paliativa. El foco de importancia ahora es la calidad de la vida de ese ser humano”, detalla el experto en el área.
Todos para uno
Kanahan advierte que, además de la voluntad del paciente y la de su familia por enfrentar con entereza estos momentos, los cuidados paliativos serán exitosos cuando se cumpla con su esencia multidisciplinaria, dirigida a tratar al enfermo como un ser viviente desde varias aristas y considerando su muerte como un proceso natural.
La reticencia a la aceptación de la fase terminal ha devenido en los últimos 20 años a que los pacientes oncológicos padezcan los efectos nocivos de la ignorancia y sucumban ante una enfermedad ruinosa, gastándose hasta el último centavo en intervenciones quirúrgicas y tratamientos con la posibilidad de curarlos.
“En la actualidad hay una especialidad de la medicina interna enfocada en los cuidados paliativos, en la que se evalúa al paciente en su nutrición, estado físico, problemas respiratorios, cardíacos y renales, una visión integral que lo ayudará a sobrellevar la enfermedad”, dice Kanahan, convencido de que el logro del objetivo dependerá del nivel cultural, religioso y espiritual del enfermo y los suyos.
Concentrados todos en la meta, el anestesiólogo paliativista procederá a hacer el diagnóstico utilizando la “escalera analgésica”, diseñada en 1986 por la Organización Mundial de la Salud (OMS), que comprende tres peldaños en los que se clasifica al dolor en un primer escalón, de leve a moderado; en un segundo como fuerte, y de intenso en el último.
“Dependiendo de la evaluación, en una escala que va del 1 al 10 se medicarán analgésicos desinflamatorios no esteroideos, paracetamol o acetaminofen, a quienes estén en la fase inicial. En el segundo escalón aplicaremos opioides débiles (tramal o codeína) combinados con aines, mientras que en el más grave se administrarán opioides (morfina, oxicodona, metadona y petidina).
Kanahan recomienda que, según las condiciones del paciente y de la ubicación del tumor, los medicamentos deben ingerirse por vía oral el mayor tiempo posible. “La medicación debe hacerse por reloj y no a demanda, lo que significa que cada sustancia debe suministrarse justo al tiempo que finaliza su efecto, evitando que vuelva el dolor”, asegura el anestesiólogo, quien considera prioritario que cada caso sea tratado de manera individual y con la mayor atención médica y familiar, a fin de manejar efectivamente los efectos colaterales de los medicamentos, que van desde constipación o estreñimiento, retención urinaria, visión borrosa, somnolencia, sequedad en la boca, náuseas y hasta vómitos.
Vías diversas
La morfina es el medicamento de oro en el tratamiento de los pacientes. Kanahan descarta de plano que esta sustancia sea sinónimo de muerte y precisa que es lo más idóneo en estos casos. “Si puede ingerirla por vía oral se medica un consumo de 0.5 a 1 miligramo por kilogramo/peso en una primera fase. A un paciente de 60 kilogramos le tocarían 60 miligramos de morfina en 24 horas, en seis tomas cada cuatro horas”, ejemplifica.
Para evitar los efectos colaterales, la morfina se acompaña de coadyuvantes hasta que se adecua el tratamiento en función de la respuesta obtenida. “Aquí no estimamos tiempo, puede durar meses o años”, alerta. En caso de que el paciente no pueda tragar, la segunda opción es la vena, pero a través de ella sólo podrá inyectarse un tercio de la dosis oral. Si la morfina resulta insuficiente, se procede a la rotación de medicamentos, que consiste en sustituir los opioides.
Kanahan dice que actualmente hay inyectadoras electrónicas que suministran la sustancia durante el tiempo que se requiera interrumpidamente y de manera ambulatoria.
“Quien no tiene venas ni puede ingerir, pero tiene mucho dolor, entonces utilizamos la vía subcutánea, colocando una mariposa en el abdomen, por donde se le pasa el tratamiento. También puede tratarse el dolor por la tibia con infusores para hueso, o un catéter peridural si la lesión es de los miembros inferiores, que se coloca tunelizado por vía subcutánea hasta el área abdominal”, refiere el paliativista, destacando que existen diversas alternativas.
Reitera que la reacción del paciente ante este “terremoto” es lo que dará la pauta. “Hay quienes prefieren decir que no sienten dolor y aceptan acudir al médico cuando se hace insoportable. No se quejan no porque no lo sientan, sino para no preocupar a la familia. El apoyo emocional es vital”. Kanahan es partidario de revelarle al afectado que tiene cáncer, porque, independientemente del tiempo, su fuerza de voluntad determinará una mejor calidad de vida.